La mente sólo puede llegar a los límites del cuerpo. Puede transitar por donde quiera pero llegará el momento cuando el cuerpo lo llama a capítulo. Toda una vida ignorando esos límites aunque fuera por necesidad, igual da. ¿Aspira la mente otro lugar en donde actuar, auto imaginarse otro siendo el mismo siempre? Este cuerpo que achica el espacio. Ya sé que mi cuerpo no es el cómplice de mi mente, es su verdugo.
La amistad no permite rupturas. Cuando no es por distancia, la amistad no sobrevive la ausencia prolongada. Pero aún así, llamamos amigos al que apenas vemos o hablamos. Es una apuesta a la nostalgia. Si se acumula demasiada vida entre encuentros se vulneran los lazos orgánicos, el día a día, que sostiene la amistad como una conversación que se retoma porque ya no hay un terreno común de experiencias. Cuando se encuentra a una amistad y se dice que hay que ponernos al día, entonces es amistad periódico o agenda. Por eso mismo, la imposibilidad de una multitud a menos que están en uno mismo trabajo o proyecto. Pero llamamos amistad la coincidencia en grupos compartiendo experiencias grupales. Claro, el andamiaje social de empleos y viviendas, de familias con realidades distantes entre sí, militan contra la supervivencia de la amistad. Por eso muchas de las amistades universitarias o de secundaria se pierden en el trajín a menos que compartan un espacio social que facilita el encuentro como puede ser un pueblo pequeño. En las ciudades grandes es bien difícil darle consecuencia a la amistad fraguadas en otros contextos. Pero hay personas que con todo y eso tienen amistades que valoran y aprecian. Pero todo depende de cómo definimos la amistad.
Mi definición de la amistad es inoperante. O yo me he tornado inoperante para la amistad en cualquiera de sus manifestaciones. A estas alturas de mi vida, la amistad, si la tuviera, sería un silencio compartido, el fruto de años de conversaciones y experiencia mutuas que nos han llevado a ese lugar donde las palabras sobran. Sería un acuerdo de compartir un lugar y tiempo enteramente intuido. No veo como pueda eso tolerar más de dos, porque tres ya es un grupo con agenda. Pero la precariedad del dos conlleva el riesgo de quedar en uno siempre. La amistad es una apuesta contra el tiempo. Creo que he perdido esa apuesta y no hay lugar donde apostar de nuevo. Se queda uno con la nostalgia que suele ser ficticia. La nostalgia por la amistad es la nostalgia por cosas irrevocablemente perdidas en el tiempo. Es como fumarse dos cajetillas de cigarrillos y tres botellas de licor. Eso casi siempre termina mal. Creo que ya le tengo terror a la amistad. Sería como toparme conmigo mismo en la adolescencia. No me reconocería. No sabría qué decirme. En este preciso día, 18 de mayo, 1961, la familia regresa definitivamente a la isla desde la Zona del Canal en Panamá donde viví de los 9 a los 13 años. Esta fecha para mí siempre fija una línea entre mi niñez y adolescencia. Supe esa primera noche en Puerto Rico de nuevo que ya todo ha cambiado. Me levanté de la cama en la casa de unos primos en la base de Buchanan y observé un parque de niños desde la ventana. Y así fue, todo cambió. Todavía creo que algo se quedó anclado en ese muchacho de 13 años. Mucho ha pasado pero creo que lo más importante y decisivo pasó esa primera noche y que ese mirar por la ventana me marcó para siempre. Mi niñez se quedó allá en el Fuerte Clayton. Era mi primer y verdadero exilio. No fue irme de la isla, sino regresar. Regresé sin saber a mi exilio. Tuve que haberme mantenido andando y nunca creerme que llegué a mi hogar.
Mi vida hasta los quince años fue definida por mudanzas, doce en total. Entonces no hubo mas mudanzas. Hasta los veinte años, entonces hubo once mudanzas, todas en San Juan. Regresé a donde empecé a los treinta y siete. Tengo sesenta y ocho.
Lo único que tengo ahora es la pantalla, ese papel imaginario por costumbres anacrónicas de los inicios. Me muevo por las calles, las aceras, los malls, monto guaguas, hago compras, espero en filas, en el más absoluto silencio y soledad. Sólo tengo la pantalla, esas búsquedas inútiles para armar semblanzas, pasados fracturadas, escenas sueltas que repaso después de mis plegarias, santiguándome. Ya no tengo que resistir la tentación de llamar a alguien porque no hay nadie. He regresado a los años de mi adolescencia sin quererlo. Veo las coincidencias, veo ahora los patrones, lo inescapable que ahora parece todo. No lo vi en el proceso aunque las señales hasta me gritaban. Pero sé que no pude hacerles caso porque siempre tuve la esperanza. Pero los años quitan todo, hasta la esperanza. Sólo tengo la pantalla, ese papel imaginario
Con la óptica que me da esos 45 años desde mi experiencia universitaria miro con orgullo la creatividad y combatividad de los estudiantes y oigo también las voces de esos profesores y administradores que llaman a la cordura y al diálogo que jamás propiciaron ni apoyaron antes de la huelga. Son las mismas voces que en mi tiempo hacían los mismos reclamos de regresar a las aulas y desde ahí combatir por los cambios. Entonces, de momento, no me siento tan viejo porque repercute en mis oídos esos llamados a la cordura y mesura igual que hace 45 años. Nada cambia. Siguen siendo los mismo que por acto u omisión siempre caen al lado de las estructuras de poder. No sé si habrán de prevalecer los reclamos de los estudiantes. Estoy consciente del poder del Estado y el efecto de la desinformación en los medios y el agotamiento que causa tanta represión e incomprensión. Hay cosas que están más allá de tácticas y estrategias, especialmente cuando tienes al otro lado todo el aparato represivo del Estado. Por 45 años ningún llamado a la mesura y el regreso al estatus quo ha servido para nada que no sea perpetuar las injusticias. Desde mis mil derrotas me solidarizo con los estudiantes. Espero que logren creativamente echar para adelante su proyecto libertario. Pero a esos profesores y administradores que tanto dicen amar la UPR sin sacrificar ninguno de sus privilegios y osan de dar lecciones de madurez y diálogo a los estudiantes, les deseo que se pudran en el olvido. Termina la jornada del Paro Nacional del 1ro de mayo mientras leo La Contrarrevolución Cubana en Puerto Rico y El Caso de Carlos Muñiz Varela de Álzaga y otros. Quise ir y me lo había planteado aunque no suelo ir a marchas ahora por mi estado de salud, pero una bursitis del codo me ha sacado de circulación y además el medicamento me ha causado un sarpullido y tuvo que ir hoy al médico. Terminó el evento en la Milla de Oro con un conato de violencia que le ha servido al gobierno como perfecta coartada para desprestigiar la protesta. La represión parece orquestada de antemano ya que el Banco Popular somete interdicto y daños a los organizadores y manifestantes en general y el tribunal acoge su pedido. Es una absurda demanda que tiene visos de haberse fraguado de antemano. Siento que estoy presenciando la antesala a una etapa de violencia y represión, aparte del áspero cuadro social y económico que se avecina. Que ironía, una marcha y yo viejo y acabado en la oficina del médico. Los tiempos cambian y uno con ellos.
El libro me asombra por su falta de esmero y edición, y más parece el trabajo de aficionados, plagada de errores gramaticales y un sintaxis torpe, pero me resulta interesante la similitud de los escenarios. Los círculos concéntricos de los procesos, los mismos errores. Carece de una memoria política clara. Para entenderlo hay que saber más de lo que el libro provee. Pero interesante si uno descarta todo el plano histórico que provee el libro que parece más un relleno. Esperaba más. Finaliza el 1ro de mayo, tal vez la primera página de un proceso de lucha. Leo que ya están arrestando gente en Río Piedras y el Gobernador amedrenta la judicatura para que responda a las presiones políticas de derecha y encuentre a todo acusado culpable a priori. |
Poeta puertorriqueño nacido en San Juan, Puerto Rico. Ecribo en español e inglés.Cinco libros publicados, cuatro inéditos.
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July 2017
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