Escribalazos
Fue en una noche de febrero, 1976, en las oficinas de un amigo, Samuel Arana, que se imprimió el libro en un mimeógrafo de la oficina de seguros que el amigo tenía con su padre en el viejo edificio de Seguros San Miguel en Puerta de Tierra, frente al Capitolio. El edificio todavía está ahí, ya clausurado. La tirada fue lo que aguantaba el estarcido antes de desintegrarse en la máquina. No fueron muchos ejemplares, si acaso unos cien más o menos, que engrapé a una portada de un dibujo de George Grosz (Cross-section de la serie Ecce Homo), que no era pequeña hazaña en esos años pre copiadora.
¿Cómo pasar el dibujo de Grosz a un papel sin costo? Se lo planteé a la única persona del mundo gráfico que conocía sin que diera pie a un interrogatorio, el excelso y muy discreto poeta en concreto, y viejo compinche de la Revista Alicia la Roja, Don Esteban Valdés Arzate. Siendo maestro de subterfugios y métodos clandestinos para enderezar entuertos en ese happening viscoso que era Río Piedras en los ’70, Esteban averiguó de la existencia de una máquina nueva que hacía estarcidos electrónicos, oséase, traspasaba gráfica a estarcido. Una de las dos existentes en la isla estaba localizada en la sede del Partido Independentista Puertorriqueño (PIP), en ese entonces situado en la Avenida Muñoz Rivera en Río Piedras, a pasos del Restaurante El Hipopótamo. El problema era que no sabíamos cómo un marxista de la línea pelú y un anarquista a lo Bakunin iban hacer entrada a la sede del PIP con un mero hola compañeros cómo va la lucha. Habría que maquinar bien el asunto. Aquí entra otro componente de la comparsa: Samuel López Vale.
Esteban conocía tutti li mundi de la enredadera riopedrense de conocidos de la lucha, de diversos plumajes, orientaciones y talentos, y las conexiones subterráneas que discurrían como una madeja. Samuel López, amigo y vecino, artista oriundo de Arecibo y primo de Antonio Cabán Vale (EL Topo), era compañero de andanzas nocturnas, entre ellas nuestra famosa operación “Economía Doméstica” para la Huelga Estudiantil del ’73. Pero sobre todo, tenía una “amiguita” que, dicho sea y de paso, comandaba el dichoso estarcido electrónico del PIP. Ni pregunté cómo Esteban advino al conocimiento de tal dato curioso de Sammy López. Montamos el operativo. El día señalado, una tarde “de poco movimiento” en el Partido, nos encaminamos Esteban y yo hacia el PIP, sin Sammy López, ya que no había manera de entrar con él (que tenía el “look” de un Che Guevara desnutrido) a ningún lugar “straight” sin levantar sospechas.
No recuerdo si nos pusimos nuestras mejores telas ya que para ese tiempo poco se diferenciaba de nuestra más raída indumentaria. Nos sentíamos como herejes entrando a ese santuario del independentismo ortodoxo. Esteban espió un “elemento crossover” con fama de informante por causa de un lío de drogas, cancelándonos en un tranque de delaciones mutuas. Superada esa escaramuza de miradas, entramos con la rubita amiguita de Sammy López al cuarto del estarcido electrónico. A una hora de la faena, un extraño humo empezó a emanar de la máquina casi dando al traste con la empresa. Salimos con unos o dos chamuscados estarcidos del dibujo ante la mirada atónita de la “compañera”, que dejamos sola para lidiar con las repercusiones.
Así son las bregas del amor, patria y poesía. Supimos después que la rubita pasó por el crisol de la autocrítica interna del Partido, siendo expatriada de la sede a un local del Partido en la Avenida Américo Miranda del Reparto. Supe también después por boca de Joserramón (El Che) Meléndes que él había usado la máquina un tiempo antes (no sé si para Desimos Désimas u otro poemario ya relegado a la gaveta polvorienta del olvido), asomándose de nuevo la insidiosa mano siniestra de Don Esteban Estebanov Estavaninski.
Entonces, por una semana y media me dediqué a pasar el poemario al estarcido tecla a tecla. Durante el proceso, me invadieron sensaciones encontradas de suicidio, delirios de grandeza (que en pequeñas dosis son necesarias en la colonia), y miedo de mandarlo todo pal carajo ya que había involucrado demasiada gente que se desquitaría de mil maneras. Mientras tanto, en la hacienda había dejado a Sammy Arana ya al borde de un brote siquiátrico, vencido en sus intentos por transcribir el título del poemario al estarcido y sugiriendo la compra de un estarcido comercial de caligrafía. Franqueado el obstáculo técnico, arrancamos Sammy y yo a Puerta de Tierra la noche del 8 de febrero de 1976, con tinta, varias resmas de Galguera y Hnos. y dos six pack.
El otro eje de la “conspiración” fue el escéptico poeta y encargado de las páginas culturales del semanario Claridad, Edwin Reyes. Edwin estaba en contra del proyecto de buenas a primeras, citando el error de la autopublicación y, para colmo, la distribución a mano y gratis. Yo argüí que la publicación por editorial era más que nula y, además, que estaba cónsono con mis creencias marxistas sobre propiedad privada y la visión mercantilista de la cultura. Edwin replicó que era infantilismo de izquierda, pero a la hora de los tomates apareció con la grapadora industrial de la Impresora Nacional (que imprimía Claridad).
Las páginas servibles dieron para los cien o más ejemplares que distribuimos sobre el piso de la sala y comedor de mi apartamento, arrinconando a mi esposa con su taza de café a un espacio silente entre la escalera a la segunda planta y el patio.
En los días siguientes, hice una lista de víctimas e iba a verlos, poemario dedicado en mano. Fue un éxito total. ¿Quién rechaza un poemario gratis y de manos del mismísimo poeta? ¿Quién se atrevería? Ha sido la única tirada agotada de un poemario mío.
Si empresa de locos es escribir, más aún la de publicar y distribuir a cuenta propia. Visto a la distancia, fue denigrante y, como bien dijo Edwin Reyes, un infantilismo imperdonable. Pero qué se le va a hacer. En la poesía, como en el amor, es ínfimo y accidentado el abrazo de la fortuna. La pobreza tiene sus estrictos mandamientos. Lo que ahora es a lo sumo un fetiche por lo rústico y autogestionado, para el que no tuvo tales opciones era la escatológica realidad.
Escribalazos fue hacer de tripas corazón, en una época cuando todo era así, un embeleco de pobres ilusos todo. Por eso mi cariño al libro, emblemático para mí de un tiempo de limitaciones superadas con imaginación y solidaridad, visceral hasta el coño.