Iván Silén o la eterna revolución de la poesía
Yo me apeé de la guagua de Iván Silén hace tiempo pero la honestidad histórica y autobiográfica me obliga a decir que para el año 1969 en que lo conocí me monté gustoso. Rimbaudiano y albizuista, sacrílego y místico, megalómano y generoso, flaneur y pobre, era la imagen de poeta como fuerza centrífuga que me sedujo con su abanico de posibilidades ante la aparente imposibilidad de esos años. Iván representaba una posibilidad de ser poeta ante las intransigencias ideológicas de la época.
La poesía como la revolución constante, la revolución como el poema escribiéndose a diario, la piel del poeta donde Dios y el Che queman su carimbo. El poeta como creador de sí mismo, su propio invento. El tambor de la historia y los fuegos abismales de la fe y la locura. El poeta como ser en donde todo se da y todo se posibilita. Es un torbellino creativo que pocos logran mantener girando entre el alfa y omega. Casarlos. Transcenderlos. Iván era y es su propia iglesia y prostíbulo. El padre, hijo y espíritu santo de su propio canon.
Hereje. Iván siempre es hereje. A contrapelo, con la ortodoxia que era el realismo socialista en los 60, o con el posmodernismo o el hipsterismo en el presente. Su constante ideológico, inspirado en el periodo tardío del siglo 19, es épater le bourgeois. Revolcar el gallinero como primer mandamiento poético…y seguir revolcándolo, con la poesía como arma.
Claro, el Silén que prefiero es el poeta lírico con su borrachera de imágenes, el que le canta a la madre, a otro poeta (Pietri), a la interminable lista de mártires de luchas cercas y lejanas. Es el poema que puede sacar del bolsillo en ocasión de conmemorar, llorar o agitar casi contemporáneamente al hecho. Es un arma poética aceitada y poderosa que a veces abusa hasta tornarla fórmula.
Confieso que el Silén novelista o ensayista lo desconozco, habiéndome dado por vencido allá para su primera o segunda novela, o tercer manifiesto o diatriba filosófica. Igual me pasa con el Silén que dispara consignas en mayúsculas en los medios sociales del Internet. Pero lo entiendo como parte de su afán de “poetizar” todo, el todo. Propagandista de su propia poética no contempla la posibilidad de la duda. O al menos, no lo expone. Y he aquí donde partimos caminos y me di cuenta que tenía que pedir que me dejara en la próxima parada. Me di cuenta que era una guagua para sólo un conductor y sólo un pasajero. Pero admito a la vez que desde esa misma guagua pude divisar los borrosos horizontes de mi propio paisaje.
Y es que…
Iván es su propio poema. El poema es Iván e Iván es poesía. Casi medio siglo de vida dedicada rabiosamente a la poesía convierte a Iván en el metapoema de su faena o ardor poético. Alrededor de la fuerza centrífuga de su metapoema gira y al altar de la Poesía rinde su alma y cuerpo como sacrificio azteca. Poesía como fuerza totalizadora para transfigurar el universo con el Big Bang originario de su visión temprana.
Hace tiempo que me apeé de la guagua de Iván Silén, pero debo a él un trayecto importante de mi formación. La poesía como proyecto único de vida es siempre saludable tenerlo de norte. Me apeé pero no sin dar gracias al conductor por el pon.
Yo me apeé de la guagua de Iván Silén hace tiempo pero la honestidad histórica y autobiográfica me obliga a decir que para el año 1969 en que lo conocí me monté gustoso. Rimbaudiano y albizuista, sacrílego y místico, megalómano y generoso, flaneur y pobre, era la imagen de poeta como fuerza centrífuga que me sedujo con su abanico de posibilidades ante la aparente imposibilidad de esos años. Iván representaba una posibilidad de ser poeta ante las intransigencias ideológicas de la época.
La poesía como la revolución constante, la revolución como el poema escribiéndose a diario, la piel del poeta donde Dios y el Che queman su carimbo. El poeta como creador de sí mismo, su propio invento. El tambor de la historia y los fuegos abismales de la fe y la locura. El poeta como ser en donde todo se da y todo se posibilita. Es un torbellino creativo que pocos logran mantener girando entre el alfa y omega. Casarlos. Transcenderlos. Iván era y es su propia iglesia y prostíbulo. El padre, hijo y espíritu santo de su propio canon.
Hereje. Iván siempre es hereje. A contrapelo, con la ortodoxia que era el realismo socialista en los 60, o con el posmodernismo o el hipsterismo en el presente. Su constante ideológico, inspirado en el periodo tardío del siglo 19, es épater le bourgeois. Revolcar el gallinero como primer mandamiento poético…y seguir revolcándolo, con la poesía como arma.
Claro, el Silén que prefiero es el poeta lírico con su borrachera de imágenes, el que le canta a la madre, a otro poeta (Pietri), a la interminable lista de mártires de luchas cercas y lejanas. Es el poema que puede sacar del bolsillo en ocasión de conmemorar, llorar o agitar casi contemporáneamente al hecho. Es un arma poética aceitada y poderosa que a veces abusa hasta tornarla fórmula.
Confieso que el Silén novelista o ensayista lo desconozco, habiéndome dado por vencido allá para su primera o segunda novela, o tercer manifiesto o diatriba filosófica. Igual me pasa con el Silén que dispara consignas en mayúsculas en los medios sociales del Internet. Pero lo entiendo como parte de su afán de “poetizar” todo, el todo. Propagandista de su propia poética no contempla la posibilidad de la duda. O al menos, no lo expone. Y he aquí donde partimos caminos y me di cuenta que tenía que pedir que me dejara en la próxima parada. Me di cuenta que era una guagua para sólo un conductor y sólo un pasajero. Pero admito a la vez que desde esa misma guagua pude divisar los borrosos horizontes de mi propio paisaje.
Y es que…
Iván es su propio poema. El poema es Iván e Iván es poesía. Casi medio siglo de vida dedicada rabiosamente a la poesía convierte a Iván en el metapoema de su faena o ardor poético. Alrededor de la fuerza centrífuga de su metapoema gira y al altar de la Poesía rinde su alma y cuerpo como sacrificio azteca. Poesía como fuerza totalizadora para transfigurar el universo con el Big Bang originario de su visión temprana.
Hace tiempo que me apeé de la guagua de Iván Silén, pero debo a él un trayecto importante de mi formación. La poesía como proyecto único de vida es siempre saludable tenerlo de norte. Me apeé pero no sin dar gracias al conductor por el pon.