Allá para mi adolescencia lo que yo entendía opacamente como mundo literario era lo que podía inferir del New Yorker, o de los dibujos y cuentos de James Thurber, algo invariablemente asociado con Manhattan. No que me fijara mucho en ese detalle porque todo era algo muy ajeno a mi cuarto en una casa de la calle 25NE en Puerto Nuevo. Y antes de eso, en la escuela, los autores y la literatura eran una asignación, un curso, contenidos y contextos para embotellar para un examen. Cuando yo empecé a escribir, los textos de escuela y la enciclopedia eran los únicos marcos de referencia. Eran inferencias preponderantemente norteamericanas, ligeramente europeas, marginalmente latinoamericanas, lo que yo entendía como la gran literatura universal. Autores y sus obras. Desconocía las minucias de sus vidas y sus contextos. De autores puertorriqueños sabía absolutamente nada. Y por muchos, pero muchos años, no conocía ni un autor puertorriqueño, ni un aspirante a serlo. A nadie. Nadie leía mis textos ni yo los de nadie. Y así durante mi adolescencia fue madurando la vocación en un desconocimiento absoluto de que pudiera existir un mundo literario al que yo debiera aspirar o al que yo debiera sentirme parte. Existían obras y existía yo en un cuarto escribiendo.
Cómo lo que se escribía en un cuarto llegaba a materializarse en un libro como objeto era tan misterioso como la inmaculada concepción de la Virgen María, algo incuestionable, aceptado como un hecho. Era un trámite, un proceso que era ajeno a todo concepto material que conocía. De mi cuarto a un libro era una traslación mágica sin intermediarios. Con la lectura accidentada del New Yorker, Harpers, y otras revistas que recibía de unas suscripciones que recibía mi padre como parte de una oferta que también incluía True Detective, Life, Look y el Saturday Evening Post, es que supe de las posibilidades de publicación y el primer asomo del mundo literario que existía entre mi cuarto y la entrada gloriosa al panteón de la literatura universal.
Es con esta mentalidad pre-socrática, pre-todo, que entré a la Universidad de Puerto Rico y conocí por primera vez la flora y fauna incipiente del mundo literario que me tocó vivir y al cual debería aspirar ser parte si albergaba alguna esperanza remota de ser reconocido como poeta. Claro, la falta de recursos y medios de publicación todavía alimentaba cierta inocencia con respecto al oficio. Cierta pureza era todavía posible ya que nadie alcanzaba un editorial así porque sí. El transito del cuarto al libro o página de revista todavía eran cuentos de la vida y milagros de santos en el camino pedregoso a la Compostela del reconocimiento. Todos éramos peregrinos con una ilusión. Cuestión de futuros inimaginables previo a la computadora y el Internet.
Mis coqueteos con el mundo literario fueron nefastos porque, sencillamente, tardé demasiado en darme cuenta que existía. Mala mía. La inocencia se paga cara. Hay millones que escriben. Obra requiere publicación. No basta escribir. Hay que cultivar una carrera literaria para encontrar tu nicho en el mundo literario. Fuck la literatura universal. Quien conoces y quienes te conocen, a donde frecuentas y quien te ve, a donde te invitan y a dónde vas son asuntos que hay que dedicarle la mismas horas, sacrifico y talento como el de sentarte frente a la página (o pantalla) en blanco. Ejemplo, Bolaño jodedor de congresos literarios antecede Bolaño publicado y consagrado. Todo el que escribe alberga alguna ilusión de ser leído, no sólo por el conocido, sino por el desconocido, o el santo grial, ser conocido por un ilustre o ilustres, ser aclamado.
Debes aspirar a ser re-conocido, o requeté-conocido por lo que escribes o debes meramente escribir. Qué debe tener preeminencia. Cómo cultivar la persona pública adecuada para facilitar el reconocimiento. ¿Se debe aspirar al reconocimiento? ¿Debes escribir con el reconocimiento en mente? Si no, ¿para qué o para quién escribes? Estos interrogantes son pueriles masturbaciones en el mundo literario. Para el mundo literario estas son preguntas para congresos y deben salir sólo de la boca de los consagrados. Para el mundo literario, hacerse estas preguntas tienes la misma validez que la de una doncella plantearse si debe besar a alguien antes de esposarse. Por favor.
Escribí allá por el primer párrafo la palabra vocación. OMG! No lo digas en voz alta. Sólo a tu mejor amigo, y ni a él si es colega. El mundo literario, la carrera literaria, y la vida literaria son el Padre Nuestro, Hijo y Espíritu Santo. Santíguate bien.
Ahora entiendo bien lo que decía Muños Marín sobre los errores de la juventud. Escribir es un error de juventud que se rectifica con adherencia a los cánones del mundo literario o so abandona si atesoras tu virginidad, no hay término medio.
Pero si como yo, has cometido todos los errores de la juventud sin rectificación alguna y sigues insistiendo en culipandearte por el mundo literario sin carrera literaria, terminarás sin vida literaria. Serás un desconocido conocido, como ese tipo en la película de la Legión Extranjera que le arrancan los galones y lo abandonan al desierto en deshonra.
Cómo lo que se escribía en un cuarto llegaba a materializarse en un libro como objeto era tan misterioso como la inmaculada concepción de la Virgen María, algo incuestionable, aceptado como un hecho. Era un trámite, un proceso que era ajeno a todo concepto material que conocía. De mi cuarto a un libro era una traslación mágica sin intermediarios. Con la lectura accidentada del New Yorker, Harpers, y otras revistas que recibía de unas suscripciones que recibía mi padre como parte de una oferta que también incluía True Detective, Life, Look y el Saturday Evening Post, es que supe de las posibilidades de publicación y el primer asomo del mundo literario que existía entre mi cuarto y la entrada gloriosa al panteón de la literatura universal.
Es con esta mentalidad pre-socrática, pre-todo, que entré a la Universidad de Puerto Rico y conocí por primera vez la flora y fauna incipiente del mundo literario que me tocó vivir y al cual debería aspirar ser parte si albergaba alguna esperanza remota de ser reconocido como poeta. Claro, la falta de recursos y medios de publicación todavía alimentaba cierta inocencia con respecto al oficio. Cierta pureza era todavía posible ya que nadie alcanzaba un editorial así porque sí. El transito del cuarto al libro o página de revista todavía eran cuentos de la vida y milagros de santos en el camino pedregoso a la Compostela del reconocimiento. Todos éramos peregrinos con una ilusión. Cuestión de futuros inimaginables previo a la computadora y el Internet.
Mis coqueteos con el mundo literario fueron nefastos porque, sencillamente, tardé demasiado en darme cuenta que existía. Mala mía. La inocencia se paga cara. Hay millones que escriben. Obra requiere publicación. No basta escribir. Hay que cultivar una carrera literaria para encontrar tu nicho en el mundo literario. Fuck la literatura universal. Quien conoces y quienes te conocen, a donde frecuentas y quien te ve, a donde te invitan y a dónde vas son asuntos que hay que dedicarle la mismas horas, sacrifico y talento como el de sentarte frente a la página (o pantalla) en blanco. Ejemplo, Bolaño jodedor de congresos literarios antecede Bolaño publicado y consagrado. Todo el que escribe alberga alguna ilusión de ser leído, no sólo por el conocido, sino por el desconocido, o el santo grial, ser conocido por un ilustre o ilustres, ser aclamado.
Debes aspirar a ser re-conocido, o requeté-conocido por lo que escribes o debes meramente escribir. Qué debe tener preeminencia. Cómo cultivar la persona pública adecuada para facilitar el reconocimiento. ¿Se debe aspirar al reconocimiento? ¿Debes escribir con el reconocimiento en mente? Si no, ¿para qué o para quién escribes? Estos interrogantes son pueriles masturbaciones en el mundo literario. Para el mundo literario estas son preguntas para congresos y deben salir sólo de la boca de los consagrados. Para el mundo literario, hacerse estas preguntas tienes la misma validez que la de una doncella plantearse si debe besar a alguien antes de esposarse. Por favor.
Escribí allá por el primer párrafo la palabra vocación. OMG! No lo digas en voz alta. Sólo a tu mejor amigo, y ni a él si es colega. El mundo literario, la carrera literaria, y la vida literaria son el Padre Nuestro, Hijo y Espíritu Santo. Santíguate bien.
Ahora entiendo bien lo que decía Muños Marín sobre los errores de la juventud. Escribir es un error de juventud que se rectifica con adherencia a los cánones del mundo literario o so abandona si atesoras tu virginidad, no hay término medio.
Pero si como yo, has cometido todos los errores de la juventud sin rectificación alguna y sigues insistiendo en culipandearte por el mundo literario sin carrera literaria, terminarás sin vida literaria. Serás un desconocido conocido, como ese tipo en la película de la Legión Extranjera que le arrancan los galones y lo abandonan al desierto en deshonra.