Para finales de los 60 y principios del 70 existían dentro del marco de Río Piedras dos revistas literarias: Guajana y Mester, este último siendo una rama del primero que recogía el alumni de Guajana menos guajanero. El primero al mando de Torres Santiago tomaba una línea más militante, el segundo, bajo la tutela de Jorge María Ruscalleda, mostraba cierta apertura.
Al llegar a la UPR en Río Piedras en el 1968 no tenía idea de lo que era "un mundo literario". Mi primer año universitario lo pasé un tanto como la Alicia de Carroll, tanteando en un país ajeno a cualquier experiencia previa. Era un mundo que era a la vez altamente politizado y completamente enajenado. No conocía a nadie. Como sólo estuve en la secundaria hasta el noveno grado, y exclusivamente en bases militares, no tenía ni idea del andamiaje sociocultural de sistema educativo en la isla. Abandoné la escuela a los 15 años de edad e ingresé a la UPR a los veinte. En esos cinco años tuve escaso contacto con mis contemporáneos. Mi experiencia era con personas que en su mayoría eran mayores que yo y en todo caso no tenían el trasfondo típico de un recién ingresado a la universidad. Era gente conocida en la calle y en bregas muy alejadas del mundo universitario. Lo más cercano era los jóvenes que jangueban en el Condado de los años sesenta por el antiguo Gaucho Burger y Charles Record Shop de la Ashford y en lo que se conocía entonces como la Playa del Sheraton (lo que ahora es el Dupont Plaza) donde los hippies tenía montado una especie de comuna en la playa hacia el sector de las rocas. También estaba el Viejo San Juan, pero la versión pre yuppie, donde todavía reinaba Tony Tursi y sus prostíbulos y la San Sebastián era un despoblado trecho solitario de bares y apartamentos de gente humilde, familias de estibadores y dependientes de tiendas y otros "oficios."
Era un primer año de observación y asombro. Empezó una transición del inglés al español. Hubo otras transiciones, como de la hegemonía política del Partido Popular de Muñoz Marín, que había estado en el poder desde mi nacimiento hasta mi primer año universitario, al PNP de Luis Ferré. El efecto polarizador no se dejó esperar. Mucha marcha y mitin. Fui a Lares para el centenario y ahí conocí al dominicano Antonio de Moya quien fue, para así decirlo, mi primer encuentro con
la realidad latinoamericana, conocer la realidad desde esa perspectiva. Llega Mario Vargas Llosa a la UPR para dar un seminario. A través de Tony conozco a un muy joven (16) Néstor Barreto. Con Tony, Néstor y el fotógrafo Jochi Melero empezamos una de esas revistas de un solo número, "Uno, Dos, Tres", con un artículo de Vargas Llosa, creo que era "Literatura y Revolución", y entrevistas al Reverendo Franco y un estudiante de economía que habría de ir a Chile a estudiar. Recuerdo que entre los libros que compramos para la "biblioteca de la Revista", estaba "Cien años de Soledad". En el verano después de mi primer año conozco a Madelyn Texeira (con quien terminé casado) a través de quien realmente conozco a poetas: Iván Silén, Edwin Reyes, Ivonne Ochart, José María Lima y Ángela María Dávila. A Esteban Valdés lo conozco por una invitación equivocada a una fiesta en su apartamento por la Suiza Dairy en Reparto, a donde también asistió Iván.
Un blitzkrieg: los sucesos de Mayo en Paris, México, Viet Nam, protestas al Servicio Militar Obligatorio, el ROTC en el recinto, demonstraciones y motines, la quema del sede del Movimiento Pro Independencia, la muerte de Antonia Martínez, la quema del ROTC, la muerte de un policía en el recinto riopedrense, primera manifestación de guerrilla urbana en la isla (CAL), huelgas estudiantiles, el Che como icono, la nueva trova, radicalización del discurso político.
Es en este ambiente que surge la idea de una revista.
Alicia no fue estrictamente un "movimiento literario". Surge porque no hay cabida en lo ya establecido. La "no cabida" nos define más que una visión estética o política compartida. Aunque sí hubo mucha discusión, más bien político-cultural, no había un manifiesto de nueva visión poética homogénea entre el grupo. También era un tiempo de escasos recursos económicos y los medios de publicación convencionales estaban fueran de nuestro alcance colectivo. La necesidad dictó el formato de cartel.
Visto a la distancia, Alicia, más que una revista, era una idea, la manifestación de nuestro estado de realengos. Creíamos que cierta independencia de criterio estético, fuera de líneas estrictamente ideológicas o partidista, no estaba reñida con el compromiso que sí compartíamos: ser independentistas, es decir, creer en la independencia política de la isla. Y de cierta inclinación a la izquierda del espectro ideológico. No podía ser de otra manera en esos tiempos. Cuando hablo con poetas y escritores de recientes promociones siempre destacan lo politizado que somos. Para los 70’s no nos veían así sino todo lo contrario: despolitizados. Las definiciones cambian según los parámetros. Pero sí éramos politizados, lo somos. Pero para esos años fuimos llamados herejes, enajenados políticos, esos que creen en "el arte por el arte". Fuimos parias con toda la carga que esa palabra implica.
En tiempos politizados como esos, cuando la "izquierda" surgía como respuesta a la gestión agresivamente asimilista del PNP en el poder, la palabra y los actos tenían su peso y consecuencia. Eran los tiempos del Caso Padilla en Cuba que dividió los escritores e intelectualidad latinoamericana en general en casi dos campos a partir del dictamen de Fidel Castro de que "por la revolución todo, fuera de la revolución nada." Aquí no había una revolución ni mucho menos, pero en el hibernadero (hothouse) riopedrense de esos años palabras como esas exacerbaban los ánimos. Listas de apoyo y en contra. A qué lado del caso caías matizaba cualquier encuentro. A parte de Guajana, el semanario Claridad estrenaba para entonces su suplemento cultural En Rojo desde donde mi buen amigo (QEPD) Edwin Reyes articulaba la "línea del partido" que no era otra que el apoyo al gobierno cubano. Se formó un reperpero como sólo los puertorriqueños podemos montar con intelectuales como Maldonado Denis pidiendo su turno al bate. También tenemos el legendario ensayo de René Marqués, "El Puertorriqueño Dócil", que siempre levantaba ronchas a diestra y siniestra.
Esos fueron, entre muchos otros, los vientos que soplaban mientras asistíamos al difícil parto de Alicia allá en el humilde pesebre del apartamento de Esteban Valdés.
jorge morales-santo domingo, poesía puertoriqueña, 1970-2000, Alicia la Roja, Puerto Nuevo, San Juan, Puerto Rico, Puerto Rican poet, generación del setenta.