La amistad no permite rupturas. Cuando no es por distancia, la amistad no sobrevive la ausencia prolongada. Pero aún así, llamamos amigos al que apenas vemos o hablamos. Es una apuesta a la nostalgia. Si se acumula demasiada vida entre encuentros se vulneran los lazos orgánicos, el día a día, que sostiene la amistad como una conversación que se retoma porque ya no hay un terreno común de experiencias. Cuando se encuentra a una amistad y se dice que hay que ponernos al día, entonces es amistad periódico o agenda. Por eso mismo, la imposibilidad de una multitud a menos que están en uno mismo trabajo o proyecto. Pero llamamos amistad la coincidencia en grupos compartiendo experiencias grupales. Claro, el andamiaje social de empleos y viviendas, de familias con realidades distantes entre sí, militan contra la supervivencia de la amistad. Por eso muchas de las amistades universitarias o de secundaria se pierden en el trajín a menos que compartan un espacio social que facilita el encuentro como puede ser un pueblo pequeño. En las ciudades grandes es bien difícil darle consecuencia a la amistad fraguadas en otros contextos. Pero hay personas que con todo y eso tienen amistades que valoran y aprecian. Pero todo depende de cómo definimos la amistad.
Mi definición de la amistad es inoperante. O yo me he tornado inoperante para la amistad en cualquiera de sus manifestaciones. A estas alturas de mi vida, la amistad, si la tuviera, sería un silencio compartido, el fruto de años de conversaciones y experiencia mutuas que nos han llevado a ese lugar donde las palabras sobran. Sería un acuerdo de compartir un lugar y tiempo enteramente intuido. No veo como pueda eso tolerar más de dos, porque tres ya es un grupo con agenda. Pero la precariedad del dos conlleva el riesgo de quedar en uno siempre.
La amistad es una apuesta contra el tiempo. Creo que he perdido esa apuesta y no hay lugar donde apostar de nuevo. Se queda uno con la nostalgia que suele ser ficticia. La nostalgia por la amistad es la nostalgia por cosas irrevocablemente perdidas en el tiempo. Es como fumarse dos cajetillas de cigarrillos y tres botellas de licor. Eso casi siempre termina mal.
Creo que ya le tengo terror a la amistad. Sería como toparme conmigo mismo en la adolescencia. No me reconocería. No sabría qué decirme.
Mi definición de la amistad es inoperante. O yo me he tornado inoperante para la amistad en cualquiera de sus manifestaciones. A estas alturas de mi vida, la amistad, si la tuviera, sería un silencio compartido, el fruto de años de conversaciones y experiencia mutuas que nos han llevado a ese lugar donde las palabras sobran. Sería un acuerdo de compartir un lugar y tiempo enteramente intuido. No veo como pueda eso tolerar más de dos, porque tres ya es un grupo con agenda. Pero la precariedad del dos conlleva el riesgo de quedar en uno siempre.
La amistad es una apuesta contra el tiempo. Creo que he perdido esa apuesta y no hay lugar donde apostar de nuevo. Se queda uno con la nostalgia que suele ser ficticia. La nostalgia por la amistad es la nostalgia por cosas irrevocablemente perdidas en el tiempo. Es como fumarse dos cajetillas de cigarrillos y tres botellas de licor. Eso casi siempre termina mal.
Creo que ya le tengo terror a la amistad. Sería como toparme conmigo mismo en la adolescencia. No me reconocería. No sabría qué decirme.